Bajo la Catedral Metropolitana y en los edificios de los alrededores se descubrió -gracias a unos electricistas que estaban trabajando en la zona- un monolito prehispánico llamado Coyolxauhqui, que hoy forma parte del Museo del Templo Mayor. Tras el afortunado hallazgo de 1978 y después de varios trabajos y excavaciones, los expertos comenzaron a “atar cabos” de lo que fue el legado Azteca de Tenochtitlan.
Demolida por los españoles en 1521, la espectacular capital del imperio mexica o azteca estaba compuesta por un fastuoso conjunto amurallado de más de 70 edificios, coronado por una pirámide de unos 70 metros (altura de las torres de la Catedral Metropolitana) y custodiada en lo alto por dos templos, uno dedicado al dios de la guerra Huitzilopochtli y otro al dios de la lluvia, Tláloc. Desafortunadamente se conserva muy poco de todo esto, aunque si echamos a volar un poco la imaginación podremos hacernos una idea de lo importante y grandiosa que fue esta ciudad en su época.
A medida que avanzamos la visita entre las ruinas nos encontramos con el Patio Norte y el Recinto de los Guerreros del Águila, donde supuestamente se reunía la nobleza mexica para debatir asuntos de guerra. Más adelante, cerca del museo, encontramos el Tzompantli, una hilera de cráneos tallados en piedra que recuerdan a la plataforma de cráneos de Chichén Itzá. Durante el recorrido vale la pena leer los testimonios escritos de los conquistadores españoles, dispuestos en carteles en los muros cercanos.
La visita termina en el Museo Mayor, que conserva una amplia e interesante colección de objetos que ilustran de una manera impecable como fue la civilización azteca en su época: sistema político, creencias, agricultura, comercio o sacrificios religiosos entre otros. Para terminar, os recomiendo que os toméis vuestro tiempo antes de salir de la parada de metro Zócalo (cercana al Templo Mayor), tiene una reproducción a escala de Tenochtitlan impresionante.