En la antigua ciudad de Bogotá, la primera línea conocida de transporte público fue el tranvía.
En el año 1876 arrancó este transporte colectivo, constituido por el francés Jean Gilede y Henry Alford, de origen inglés. “Compañía Franco Inglesa de Carruajes Alford y Gilede” rezaba el cartel de la oficina central, situada muy cerca de la Catedral y administrada por el nieto del General Antonio Nariño. Más tarde fue adquirida por dos colombianos, oriundos de Engativá que incluso llegaron a tener la competencia de otro servicio, joint venture entre un austríaco y dos colombianos.
El servicio salía del centro de Bogotá para terminar en Chapinero, atravesando las, por aquel entonces, áreas principales de la ciudad. Curiosamente cada tranvía tenía una apariencia diferente, por lo que cada coche recibió un nombre diferente el uno del otro. Normalmente eran designados con nombres de aves o plantas y solo tenían capacidad para unas 10 personas. Los vehículos eran tirados por mulas o incluso por bueyes.
Atraído por los beneficios que podría suponer un negocio de ese tipo en una ciudad creciente como Santa Fe de Bogotá, el norteamericano W. Randall presentó un verdadero proyecto de transporte sobre raíles al más puro estilo de la ciudad de Nueva York. En 1882 la idea vio la luz y se fundó en la ciudad de la Gran Manzana la “Bogotá Railway Company”, que finalmente construiría una línea entre el puente de San Francisco y el caserío de Chapinero de aproximadamente 5 kilómetros de longitud.
El día de Nochebuena de 1884 se inauguró el tan deseado tranvía, que disponía de vagones diseñados y construidos en Estados Unidos que terminaban siendo montados y ensamblados en Bogotá. El transporte seguía dependiendo de las mulas para el traslado de los vagones, pero la capacidad de estos aumentó hasta los 20 pasajeros sentados, sumado a unos cuantos más que podían viajar de pie. La línea -que más tarde recibió una ampliación hasta la estación de ferrocarril de la Sabana- era de un solo carril, por lo que cuando terminaba el trayecto las mulas debían ser soltadas, posicionadas y enlazadas al otro extremo del vagón.
Con el ahorro de tiempo y la practicidad que ofrecía el servicio, éste ganó prestigio entre los bogotanos, dejando de lado el de Alford y Gilede que comenzó a realizar la ruta entre Bogotá y Zipaquirá. El tranvía de Randall fue creciendo en dimensión y capacidad hasta convertirse en (además de un eficaz medio de transporte) todo un símbolo de la ciudad. Afortunadamente a finales del siglo XIX se empezaron a plantear diseños de tranvías eléctricos, ofreciendo un mejor rendimiento y aliviando al transporte de los problemas que generaban las mulas, que debían ser rigurosamente controladas a la hora de alimentarse y con los consiguientes problemas que generaban las líneas más exigentes.
Finalmente en 1910 aparecieron los primeros tranvías eléctricos, popularmente conocidos como “trolys” del inglés trolley. Como nota de humor, comentar que cuando el servicio pasó de la “The Bogotá Railway Company” (T.B.R.C.) a “Tranvía Municipal de Bogotá”, este recibió las siglas T.M.D.B que muchos bogotanos no tardaron en rebautizar con el sobrenombre de “Treinta Minutos de Bamboleo”.
En 1951 finalizó un servicio que comenzó sobre rieles de madera y que terminó sus días ofreciendo un amplio servicio de transporte sobre raíles (estos ya de acero) en toda Bogotá. Otra historia más para el recuerdo de los bogotanos. Imagino que debió ser toda una experiencia recorrer la vieja y fría Bogotá subido en uno de estos tranvías tirados por mulas.
Actualmente se puede visitar la colección de fotografías sobre este interesante tema de los tranvías de Bogotá que alberga el Museo de Bogotá, situado en la Carrera 4 No. 10 – 18.