Entre los cerros bogotanos, a más de 3.000 metros de altura, los muiscas crearon toda una imaginería alrededor de uno de sus animales más reverenciados, el venado. La leyenda cuenta que por orden del Zipa, un mago convirtió a uno de estos animales en oro y posteriormente lo escondió en una disimulada caverna oculta en los alrededores de los cerros de Guadalupe y Monserrate.
El Zipa rendía culto secreto a esta imagen, a la que se le atribuían todo tipo de beneficios, entre ellos una continua y perpetua fuente de riqueza y abundancia. Esta leyenda, tan íntimamente emparentada con El Dorado y la laguna de Guatavita, cuenta que el venado de oro no estaba solo en su cueva, sino muy bien acompañado por toneladas de oro en piedras preciosas y figuras de oro.
La herencia muisca originó nuevas creencias entre los bogotanos, como que el venado protegía del mal de ojo o que algunas de sus partes tenían poderes afrodisíacos. Así como la pata de conejo se consideraba fuente de buena suerte, la pata del venado también servía como amuleto protector. Otro de los grandes mitos populares cuenta que algunos lugareños que caminaban en las noches más oscuras entre los cerros, han avistado a un venado de colores brillantes y llamativos que se pierde entre la floresta.
Finalmente la leyenda y la realidad se unieron, cuando se encontró un pequeño venado muisca de unos 3 centímetros de largo, que supuestamente era un fetiche en miniatura empleado a modo de invocación por los sacerdotes de la época y que puede verse expuesto en en Museo del Oro de Bogotá.