En Hanoi, sentado en el «International Bia Hoi Corner», suelo practicar uno de mis deportes favoritos; observo a la gente pasar mientras me tomo unas cervezas.
Decía un amigo cuando vino de visita que iba a dedicarse a la vida contemplativa, pasarse el día tomando bias y meditando sobre lo que contempla a su alrededor; lo cierto es que se pasan muchas horas en este lugar y da tiempo para reflexionar sobre un montón de cosas.
Además de la bia y los típicos snacks, los vendedores ambulantes forman parte de esta extraña armonia. Empezaron muy pesados y repetitivos, intentando vender a toda costa, aunque lo tengas, al día siguiente te van a intentar vender lo mismo, y al otro y al otro… piensan, si tiene uno por qué no dos…
Después de meses de insistencia y alguna que otra compra hiperregateada, empiezan a sentir curiosidad y a interesarse por ti. Se sientan a tu lado (con la famosa posición en cuclillas), descansan un rato del calor, te observan casi hechizados y te dedican un par de sonrisas de esas que quitan el sentido.